Contextualizar como es debido esa reconversión es un tema demasiado complejo; de hecho, el asunto ha sido abordado desde distintas perspectivas y las conclusiones que se derivan tienen que ver, básicamente, con factores instrumentales (“usos” de la cultura), de visibilidad estratégica (turísticas), e incluso con la diseminación de lo artístico y/o cultural más allá de sus límites (estetización). De todos modos, se enfatice una cuestión u otra siempre prevalece determinada "tendencia" que resulta decisiva para entender una de las lógicas culturales que definen nuestra contemporaneidad: la drástica reducción de la economía de acceso a la cultura (8).
En efecto, si en el pasado el acceso a la cultura implicaba un "esfuerzo" significativo (había que desplazarse a un lugar "único" para ver u oír una obra “aurática” que incorporaba una serie de códigos y rituales que no estaban al alcance de todos), desde la segunda mitad del siglo XX se han ido salvando las limitaciones de antaño generalizándose un sinfín de técnicas, procedimientos y políticas que tienden a reducir radicalmente la distancia entre el espectador-consumidor potencial y la cultura (9). Por eso se entiende que también los “paisajes más bellos del mundo” no deban permanecer vacíos; conviene “llenarlos” con actividades o reclamos susceptibles de dinamizar la economía en un momento en el que las ciudades compiten entre sí como marcas. Y es que la ciudad, antaño comprometida con la reproducción social -esto es, la ciudad keynesiana- ya no se concibe como reserva de trabajo nacional, sino como plataforma de producción integrada en la economía global (10).
Se entrelaza así en la obra de Bublex -en el coche, el acero y la ciudad- una compleja realidad que involucra distintas líneas discursivas de vasto calado cultural y socioeconómico: desde la crisis económica y la reestructuración de viejos centros productivos, hasta fenómenos que entroncan con lógicas culturales estrechamente relacionadas con la “condición posmoderna” (11). Precisamente, en relación a esas mismas lógicas el tema se presta a curiosas "derivaciones"; sin ir más lejos, ahí está el enésimo eco de la pasión por el pasado industrial y su "dramatismo" -quizás la penúltima tendencia sea eso que recientemente se ha denominado Steampunk-; una estética que actualiza la vieja tecnología industrial decimonónica de resonancias victorianas. Básicamente, otra "reacción" más frente a las silenciosas y pulcras TIC’s que han colonizado nuestra vida cotidiana (12).
Resulta innecesario insistir hasta que punto conviene considerar la importancia del automóvil y de su entorno industrial asociado cuando se aborda la cuestión desde una perspectiva cultural. Demasiadas cosas quedan por decir, claro está; tantas, que por eso mismo se podría traer a colación a Schumpeter y su “destrucción creativa” para situarlo como colofón -de forma un tanto apócrifa- de este complejo contexto sugerido por la obra de Bublex (13). Porque una vez la fábrica se desmantela para dar paso a otros paradigmas productivos emerge con fuerza una nostalgia que parece querer conjurar esa fuerza destructora; la misma, que aliada con el progreso ha convertido tantas cosas en un realidad obsoleta. En última instancia, esa obsolescencia que tanto nos fascina tendría que ver con eso; o lo que es lo mismo: con aquello que se empeña en destruir los “paisajes más bellos del mundo”.